Valentina, Valentina ven!!

 ¡Una paloma blanca en la ventana!

Valentina estaba en el salón jugando con los zapatos de leopardo de su abuela Ana. Le encantaba ponérselos y sentir la altura del tacón, el estampado de leopardo que tan extraño le parecía, pero que le hacían sentir mayor, a pesar de que sus piececillos tan solo cubrían las puntas de los grandes zapatos. Corrió hasta la cocina y con cara de estupefacción admiraba a la paloma y no se atrevía a acercarse por si se iba volando. Despacito fue acercándose y con pequeños movimientos consiguió que el pájaro saltara dentro. Los mofletes se le pusieron rojos de la emoción.

Lola, que así la llamó, se convirtió en su amiga, en un ser que le hacía pensar que a lo largo de su vida le enseñaría a tener alas para volar, que podía ser como ella, blanca, con una bonita cola de abanico que le hacía elegante y singular a las demás, eso le parecía fascinante, poder ser distinta y peculiar. Y así fue, sus pies le dieron una bonita distinción, pero ella no se sintió distinta, se sintió como Lola y pensó, pies para qué os quiero, si tengo alas para volar y voló hasta Be Singülar a calzarse los zapatos más bonitos fabricados para ella.